URGE ENCONTRAR ENTRE las ropas y mantas que
esconde aquel baúl viejo, su olor, sus pasos, sus brazos, su voz.
Son recuerdos de la infancia.
Queremos sentir a la madre que hay dentro de cada mujer,
revalorizar la maternidad,
dejarnos embaucar por su saber hacer, habitar
dentro de nuestro propio cuerpo de mujer,
sentirle, relajarnos en él.
Hay que confiar en el amor y la sabiduría
de los que todas las madres están dotadas.
Confiar en una misma, en la propia intuición,
en el instinto, a la hora de cuidar al hijo.
Ser madre es algo que engrandece,
embellece, madura, calma, resucita y libera
energías creadoras, es la plenitud de la mujer,
la luna llena.
El bebé te necesita y tu estás ahí
cobijándole, queriéndole, abrazándole. El necesita
una madre feliz en primera instancia, antes
que nada. Una madre feliz, es una madre en
calma, atenta, enraizada en su cuerpo,
abierta, flexible, que rie, "como un verdadero
maestro de la magia, cuanto más da más recibe".
Hay que pisar tierra firme para poder crecer.
No hay nada que lleve más a un niño a la
experiencia de lo que son la felicidad, el amor
y la alegría, que el amor de una madre que se
ama a así misma.
"... la tierra prometida (la tierra es siempre
un símbolo materno) se describe como "plena
de leche y miel". La leche es el símbolo del
primer aspecto del amor, el de cuidado y
afirmación, la miel simboliza la dulzura de la vida, el
amor por ella y la felicidad de estar vivo. La
mayoría de las madres son capaces de dar
"leche", pero sólo unas pocas pueden dar "miel"
también. (...) Es posible distinquir, entre los
niños-y los adultos- los que sólo recibieron
"leche" y los que recibieron "leche y miel". (E.
Fromm).
La experiencia más simple, pero esencial,
es la del contacto, en la que se crea el
sentimiento de unidad entre dos personas. Esto da
al bebé la base de lo que poco a poco va
convirtiéndose en su experiencia de ser, abrirse
al mundo y avanzar en sus procesos
madurativos, es el comienzo de todo.
Así es como se satisfacen las necesidades
de calor, de sentir la respiración, el corazón y
el olor de la madre y de mirarse a los ojos. La
necesidad de ser acariciado y de sentir la piel
como una superficie continua y un continente,
una envoltura.
La satisfacción de estas necesidades va a
instaurar en el bebé el sentimiento de
seguridad física y luego psíquica, el sosiego, la
capacidad de abandonarse y confiar en el otro, la
capacidad de placer y bienestar.
... La madre es el hogar de donde
venimos, la naturaleza, el suelo, el océano... la
función de la madre es dar al niño seguridad en la
vida." (E. Fromm).
El amor de la madre nos da una dicha
profunda, su ausencia produce un sentimiento de
abandono y profunda desesperación. "... Y tú
venias del colegio y te encontrabas ahí un
platito puesto, que eso es lo de menos, pero ella
estaba ahí en frente y te estaba mirando y
sabía si estabas con pena o estabas alegre... y eso
ya no existe" (Una madre).
La madre es como una auténtica base de
operaciones de la que el niño sale y vuelve
para recargar sus baterías emocionales y de
seguridad. Así puede afrontar bien las sorpresas
que el mundo le tiene reservados.
La madre va acompañando el crecimiento
del niño a través de una adaptación graduada
a sus necesidades cambiantes y en aumento,
cuyos procesos le impulsan a la independencia
y a la aventura. Es muy importante en todo
este proceso que desde el comienzo de la vida el
niño sea el protagonista de su propio
desarrollo.
Para ello hay que: Creer en el niño para
que saque lo mejor de sí, respetarlo y
aceptarlo tal como es. No imponer nuestras
espectativas, no adelantarnos a su proceso, etc.
Está capacitado para ser él mismo, pero no lo está
para ser como otro. Estar disponibles con
nuestro tiempo y nuestro bienestar, para acogerlos
y estar con ellos, para facilitarles su propio
desarrollo
Aún estamos a tiempo de unirnos a las
mujeres de antaño, que estaban orgullosas de ser
las creadoras y alimentadoras de los seres
humanos. Aún estamos a tiempo de construir
imágenes positivas de nuestra fuerza, de
nuestro cuerpo y de nuestros sentimientos de
madre.
Buscamos su presencia para cuidar el
hogar, donde se cuece el puchero de la sabiduría
al amor de la lumbre. En la época actual el
fuego sustituido por la luz eléctrica deja de ser el
símbolo de espíritu, "... y pensó, lo importante
en la vida era tener calor" (M. Delibes).
Quiero sacralizar tu hacer, madre;
alimentar, tejer, cocinar, limpiar: hechos con tiempo,
cuidado y cariño, son parte de tí, y también
parte de mi ser, de mi serenidad, de mi salud,
de mi alma...
FUENTE: La Revistilla, Nov-Dic 1997,
pág. 44-45, Autoras: Fabiola Aguado-Concha Set, Centro Al-Alba