Los profesionales médicos especialistas en nutrición definen al término dieta como el empleo racionalizado de determinados principios nutritivos en el sujeto sano o enfermo. Como puede observarse, en esta definición no surge ninguna indicación respecto a la duración (un mes, un año o continuamente) ni a los objetivos (controlar el azúcar en sangre o el colesterol sanguíneo, bajar de peso, controlar la presión arterial, etc.) de la dieta elegida.
Sin embargo, el término dieta ha sido últimamente desvirtuado porque se lo ha relacionado con pautas alimentarias implementadas por un breve período de tiempo con el fin exclusivo de bajar de peso. A fuerza de la permanente presión publicitaria del estilo “Haga la dieta de… y bajará 10 kilos en 10 días”, este concepto restringido sobre la dieta se ha arraigado muy fuertemente en la percepción popular.
Los especialistas opinan, en cambio, que en contraposición al término “hacer dieta”, es mucho más útil emplear el concepto “alimentación sana”, que refiere a una propuesta nutricional placentera, de adopción paulatina hasta la creación de un hábito alimentario nuevo y definitivo que favorezca la conservación de la salud y que incluya los cuatro principios básicos de la alimentación: a) calidad, b) cantidad, c) armonía y d) adecuación.
De este modo, resulta esencial conocer la calidad y cantidad de los alimentos (esto es, nutrientes seleccionados en porciones apropiadas), como también la manera correcta y armónica de ingerirlos (esto es, forma de preparación y combinación de los mismos), dejando a elección de cada persona la confección del menú diario de acuerdo a su estilo de vida y/o gustos personales.
Una alimentación que se ajusta a estas pautas generales, no sólo es sana porque favorece la reducción del colesterol y disminuye la probabilidad de padecer problemas cardiovasculares, sino que además el organismo se beneficia en múltiples aspectos, tales como el mejoramiento del funcionamiento intestinal y la disminución de la probabilidad de padecer ciertas enfermedades mamarias y del intestino grueso.
En cada grupo de alimentos se hallan las cantidades y frecuencias de consumo personal (F.C., en el léxico de la medicina), usualmente sugeridas para cada uno de ellos, con el objetivo de controlar el colesterol, la obesidad otras enfermedades.
El médico y el nutricionista adecuan estas pautas generales a cada situación particular, pero básicamente los alimentos benéficos y recomendados para llevar adelante una sana alimentación, son los siguientes:
Carnes: vacuna (lomo, peceto, cuadril, bife angosto), pollo, pato, pavo (sin piel), conejo, cerdo, cordero.
Pescados de mar: salmon, merluza, brótola, pez ángel, pez pollo, congrio, lenguado, corvina, besugo, calamar, mejillón, almejas, vieyras, atún al natural, caballa al natural.
Aceites: oliva, girasol, maíz.
Azúcares: común, negra, miel, jaleas, mermeladas, dulces compactos (batata o membrillo)
Lácteos: leche descremada, yogur descremado, leche cultivada descremada. Quesos untables descremados, ricota descremada. Quesos tipo por salud descremados con menos del 12% de grasa. Clara de huevo.
Frutas frescas: todas, la única excepción es el coco.
Frutas secas: todas, sin restricciones.
Hortalizas: todas, sin restricciones.
Cereales, pastas, legumbres: todas, comunes o integrales.
Por otra parte, es muy importante saber que el colesterol se encuentra presente sólo en el reino animal. La diferencia en la cantidad de colesterol existente en los distintos tipos de carnes, no justifica un consejo nutricional diferente para cada una, y la sugerencia general es que en total no se consuma más de dos veces por semana.
Los pescados de mar (a diferencia de los de río) tienen menor cantidad de colesterol y grasas saturadas, lo que hace posible su consumo fresco o en conservas al natural 2 o 3 veces por semana.
Los alimentos vegetales no contienen colesterol y sí poseen una verdadera farmacia de nutrientes (macro y micronutrientes) necesarios para el buen funcionamiento del organismo.
Por ello, su consumo es absolutamente libre (excepto el coco y el cacao).
En una alimentación destinada a controlar el colesterol no sólo es importante el colesterol presente en el alimento sino la calidad y cantidad de grasa que contiene. En efecto, un elevado contenido de grasa saturada eleva el colesterol sanguíneo.
Los médicos preocupados y ocupados por la buena nutrición –base de una salud óptima- afirman que es esencial adquirir hábitos constantes y continuos de consumo de alimentos sanos. Y no apostar a dietas “salvadoras”.