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Artículos derechos humanos
por José Manuel Casado Sierra
Publicado el 29-04-2005
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Cada día del año numerosas personas intentan desesperadamente venir a España. Una barca maltrecha repleta de seres humanos indefensos, hambrientos, temerosos y con la mirada perdida, se acerca a las costas españolas tras una heroica y agónica travesía casi interminable. Otros, eligen la vía oficial, intentando cumplir todos los requisitos necesarios para conseguir los papeles requeridos por el gobierno y así poder residir legalmente en su nuevo destino.
Todos ellos, han tenido que dejar su país, su pueblo, su familia, su tierra, su vida para poder sobrevivir y empezar una nueva vida en otro país con mayores posibilidades económicas. Dejar todo aquello y separase de los seres queridos, es muy doloroso. Adaptarse al cambio de vida no es fácil. No solo por la separación familiar y geográfica sino también por el choque cultural que supone vivir en un entorno diferente con personas con otras costumbres e idioma. El rechazo es habitual entre nativos e inmigrantes, la tolerancia a veces no es fácil. Todo esto provoca un distanciamiento y una convivencia más complicada. Los que han venido de fuera se relacionan casi exclusivamente entre ellos, formándose guetos y barrios internacionales. Los que ya vivían aquí les resulta a veces complicado relacionarse con sus nuevos vecinos, evitando visitar ciertos lugares donde es habitual la presencia de inmigrantes.
¿Qué es un inmigrante? Un ser humano como nosotros que se ha visto obligado a abandonar su país de origen y sus seres queridos para poder sobrevivir. Imaginemos que nosotros, residentes en esta tierra que llamamos España y seres humanos que vivimos por regla general en la comodidad y la tranquilidad de comer todos los días, dormir en una cama, hospedarnos en una casa y ganarnos la vida en un trabajo que nos da el suficiente sustento para sobrevivir y en muchos casos, excedernos en la compra de muchas cosas, tuviéramos que dejar todo y marcharnos a miles de kilómetros de distancia para empezar una nueva vida en un país con otras costumbres e idiomas, ¿cómo nos sentiríamos?¿No nos gustaría que nos recibieran con una sonrisa comprensiva y nos ayudaran? Evidentemente, sí. Entonces, intentemos hacer nosotros lo mismo con los seres humanos que denominamos inmigrantes. Así, todo fluirá mejor y la convivencia será más llevadera y enriquecedora.
¿Qué es la inmigración? Un acto generoso de un país más favorecido económicamente que abre sus puertas a ciudadanos de otros países menos favorecidos. A lo largo de la última década la inmigración ha aumentado. Numerosos países occidentales han acogido a millones de inmigrantes. Parece entonces que deberíamos alegrarnos porque nuestro país acoja a todas estas personas que etiquetamos como inmigrantes. Sin embargo, ¿tenemos que alegrarnos porque millones de personas se vean obligadas a abandonar su país de origen y a sus seres queridos porque no pueden sobrevivir? La respuesta es clara, no. La inmigración es el resultado de la injusticia económica promovida por los países más industrializados que explotan los recursos de otros países para sostener un estilo de vida antinatural, materialista y egoísta. Esta explotación empobrece a los países sometidos, fomenta la injusticia económica, el desequilibrio medioambiental y por tanto, la inmigración. La mayoría de los seres humanos que denominamos inmigrantes provienen de países muy ricos en recursos naturales que en condiciones normales, sería fácil vivir y en condiciones adecuadas. Si esto no sucede, es porque los países más dominantes así lo quieren pues de esta forma ellos tienen el control mundial de la economía y pueden continuar aferrándose a un estilo de vida que denominan civilizado e ideal a costa de millones y millones de personas en el mundo que viven en la pobreza y padecen hambre aunque su tierra tenga extensos y numerosos recursos naturales. Esto es injusto e inmoral.
Es necesario un cambio global en nuestras conciencias. Un cambio en nuestro interior para que tengamos una actitud de amor hacia los menos favorecidos. No solo de los gobernantes sino también de los ciudadanos que viven dentro de un sistema que fomenta el desequilibrio económico. Muchas personas se quejan y se emocionan un poco por las personas menos favorecidas, sobre todo cuando ven las escenas de las pateras con los africanos hacinados, asustados y hambrientos, pero tras unos minutos, vuelven a pensar en sus propios problemas y se olvidan de ello. La inmigración es un parche pero no es la solución. La solución es ayudar a los países empobrecidos por los países industrializados para que puedan crecer económicamente y de esta forma, sus ciudadanos no se vean obligados a marcharse para poder sobrevivir. Para que esto suceda es vital que los ciudadanos sean más conscientes de sus hábitos de vida (comer una dieta más sana donde predominen más alimentos sanos como los vegetales y se reduzca el consumo de alimentos animales; realizar compras de cosas útiles que realmente se necesitan; adquirir productos de precio justo, etc.) que contribuyen globalmente a esta injusticia y los gobiernos tengan la voluntad y el compromiso de ayudar a los otros países aunque esto suponga reducir sus arcas y su presupuesto armamentístico.
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